Esperaba cada vez con menos paciencia la escapada de una palabra de su boca, conjuntos de letras que no salían por mas que lo intentaba. Se limitaba a emitir sonidos incomprensibles, y repetía constantemente, tras largos segundos de silencio, "no sé." Noté que uno de sus ojos comenzaba a brillar, y mas tarde, cuando vi una lágrima caer de su ojo derecho, derramándose por la mejilla lentamente, como una gota de lluvia resbala por el cristal de la ventana, logré entender sus silencios y sus dudas. Lo que sus labios no me decían, lo expresaron con precisión sus ojos. Apagué la música, encendí mi alma.
Fue entonces cuando sentí grandes ganas de cogerla entre mis brazos y abrazarla con todo mi corazón. Pero no pude, algo llamado Timidez y Vergüenza no me dejaron hacerlo.
Nunca antes había sentido aquel impulso, mi cuerpo no expresa jamás mis sentimientos, sin embargo en ese instante, por primera vez, lo hizo.
Así comprendí que las paredes en algún momento pueden derribarse, que los muros que te alejan de las personas, y del afecto, algún día pueden desaparecer. Y que es agradable quitarte la coraza, el caparazón, y dejar que el alma sienta el aire, el viento, y el momento.
De este modo, la tortuga se quitó un peso que le llevaba machacando la espalda desde el día en que llegó al mundo.