Me siento como nuestras palabras: vacía.
Soy consciente del dolor que provoca el amor, de que no merece la pena querer a alguien con todo tu corazón cuando aparece el deseo de por medio, y más si ni siquiera he dejado hueco para algo tan superficial. Tan sólo hay que querer la mitad de lo que uno pueda querer, el problema viene cuando tu mitad supera el total de lo que los demás acostumbran a amar. Soy consciente de la tristeza que inunda el corazón de tal manera que desde cualquier ventana no ves más que agua atrapándote, impidiéndote ver. Conozco esa apatía, ese no querer ver a nadie más que al huracán que puede convertir todo tu llanto en felicidad, y esas horas perdidas mirando el techo, u observando la oscuridad. También conozco paseos a solas, que no son más que excusas para pensar. Sé que desaparecen las ganas de comer, a veces incluso de beber. He padecido esa carencia en el pecho izquierdo. Pero también se bien que todo esto se olvida cuando te vuelves a “enamorar”*.
* porque enamorarte solo lo consigues una vez, el resto no son más que copias de ese sentimiento, que no logran llegar a profundizar del todo. Y quien diga lo contrario, es que nunca se ha enamorado, tan solo saber querer.