Llega un momento en la vida en el que los recreos se acaban, los juguetes se llenan de polvo, y comenzamos a sentir otro tipo de interés por el mundo. Nos volvemos más sentimentales, pero más fuertes. Comenzamos a salir de nuestro cuento de hadas y darnos cuenta de lo que es realmente el camino que conforma nuestro día a día. Nos preocupa nuestro futuro, tememos quedarnos solos, y empezamos a ordenar el armario que tantos años llevaba desordenado. Estantería por estantería miramos, y no comprendemos porqué nos gustaron tanto algunos muñecos, porqué pinchamos algunos balones creyéndonos superiores a ellos cuando en realidad todos los balones éramos iguales cada uno a su manera, porqué dejamos de hablarnos con ese amigo/a tan especial, porqué cojones tenemos que crecer y tener responsabilidades.
Todo sería más simple si fuésemos unos críos toda la vida. Y que nuestros padres tomasen todas las decisiones por nosotros, que nos diesen la comidita, que nos bañasen, nos pusiesen películas para entretenernos y librarse un rato de nosotros...
Pero lo cierto es que la cantidad de cosas que sientes al madurar, al crecer, valen por todo lo malo que pueden tener. Empezamos a ser independientes, y esto a algunos les cuesta más que a otros. Pero no por ello hay que maldecir el progreso humano, la vie. Habrá que acostumbrarse a que los lujos no son eternos, y el lujo con el que se nos premió de pequeños finalizó. Ahora nos toca pensar antes de actuar, y lamentarnos pero afrontar la realidad cuando hagamos las cosas mal.
Nos creémos amos y señores, pero aún no sabemos practicamente nada de la vida.
Antes estábamos subidos en el tren de la bruja, con algunos miedos, pero sin preocupaciones, ahora nos hemos subido en un ave que va a 300 km/h. Y de la velocidad que lleva, hasta cuesta detenerse a observar el paisaje...
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