Podría alguien venir y decirme, “eh, estás en el paraíso”, y yo coger y, quizás, creérmelo.
Bajo un cielo artificial de piedra, sentada en una cómoda silla inclinada de madera, leyendo un no tan magnífico libro como podría ser, pero sí una buena lectura. Envuelta en fauna. Sólo un candelabro y una pequeña botella de agua me acompañan. Una sinfonía sostenida por una gota de lluvia que no cesa de pronunciarse. Un cielo que se despeja, lentamente, como se despejan las dudas. Y un Sol que brilla, aunque alguna nube no permita verlo.
Sólo me falta algún mal vicio para completar este momento de satisfacción, en el que podría alargarme toda una vida.