A veces, sin más, un haz de nostalgia
entra por la ventana de mi habitación, capturándome,
como entran esos vientos en la noche
que hacen retorcernos en las sábanas, o como un pajarito pícaro se
adentra en nuestro salón.
Así cualquier mirada alrededor se
convierte en una escurridiza trampa a nuestros ojos, se debilitan y
empiezan a brillar incluso dejando caer alguna leve lágrima. El
pasado se vuelve maravilloso y nos retuerce las entrañas. Las
palabras tiemblan, y un silencio te susurra al oído que las cosas
han cambiado. Te entran ganas de correr escalera abajo, de saltar de
tres en tres los escalones y llegar a la deseada fecha que quedó
atrás. Volver al pasado.
Empiezas a deambular por tu memoria,
vuelves a tus quince años, o quizás a la semana pasada cuando te
encontraste con ese ser que creías olvidado.
Todo es tan bello... Hasta el color de
las paredes que ahora mismo me rodean son en mi pensamiento más
bellas.
Me hace sentir ese calor en el pecho
que sirve de combustible para viajar en el tiempo.
Pero de pronto suena un timbre; una
voz; un ruido, que nos devuelve a la realidad, al presente.
Y todo lo que nos rodea se convierte en
fría escarcha ajena a lo que bajo nuestro pecho late.
Hagamos que este helado momento sirva
en un mañana de calefactor para nuestro corazón.
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