domingo, 28 de octubre de 2012

El casi olvido


Tenerte era perderte.
Mientras ungías tus manos con las mías susurrando un tembloroso adiós,
la carne de mi cuerpo se fundía como una vela en ebullición, y era mi corazón.
Sentí como mi memoria se desvanecía, los recuerdos te miraban incrédulos,
el mañana con sonrisa triste tras una puerta que no quise abrir.
Como regalo de despedida me vertí en ti, quedando vacía.
Tuve que arrastrar mi cuerpo hueco y sin embargo tan pesado.
El tiempo se detuvo, quien me dio la vida me la estaba arrancando.
Las manecillas del reloj tardaron años en volver a andar.
Era oscuridad cuando nos despedimos.
La única luz de aquel lugar fue el brillo de mis ojos, entre lágrimas,
que al final salpicaron también tus mejillas.
Tú te fuiste. Luego yo.
Qué raro.
Mucho antes de empezar a perderte, antes incluso de que me tuvieras,
tú viniste, y fui yo quien marchó.
Con ese giro de 180 grados fue normal que al terminar de girar
no supiese ya ni dónde estaba, ni quién era.
Fue normal enfermar,
la fiebre
y el infierno.

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