Desde
los tiempos de grandes pensadores como Aristóteles, hasta llegar a
Baudelaire, por ejemplo, el uso de drogas a modo de inspiración, a
modo de otra forma de sentir, ha
sido corriente.
Sin
embargo, los intereses políticos insisten en frenar este consumo en
la actualidad, no tanto por razones de sanidad pública, sino por
otro tipo de intereses.
El
mayor peligro del consumo no es el temor a dañar nuestro organismo,
sino ser tachados de enfermos o delincuentes por esta sociedad que
sigue, de forma hipócrita, un modelo de abstinencia obligatoria. Y
es que nadie consume, pero este mercado invisible mueve unos 500 mil
millones de dólares al año.
Creo
que, siguiendo a Holanda, los poderes políticos deben de trabajar
con los consumidores, no contra ellos. Reduciendo así los riesgos,
ya que quizás sea el hecho de prohibir las drogas lo que las
convierte en atractivas, quizás sea el hecho de marginar a los
consumidores lo que les hace casi imposible salir de ese mundo.
Así
mismo, siguiendo el objetivo del fenómeno Flower Power, los jóvenes
se adentran en el consumo de sustancias por rebeldía, como forma de
distanciarse, de protestar, de diferenciarse del resto, del sistema.
Y sin embargo terminan volviéndose dependientes de la droga.
Aunque
cambien los tiempos, ciertas cosas no cambian, como son los intereses
económicos por encima de cualquier otro interés como podría ser el
ser humano.
Presumimos
de libertad en este siglo XXI, pero seguimos teniendo la mirada llena
de prejuicios que el Estado propicia siguiendo sus propios intereses.