martes, 28 de julio de 2009

Recuerdo que una vez, enseñándole textos y poemas a mi abuela, me preguntó que si los compartía con alguien o solo los escribía para mí. Le contesté que mi intención no era gustar, era escribir para mí misma, sin necesidad de enseñarlos, es mas, eran mis sentimientos, algo íntimo inpropio de lucir. Se ofendió, díjome que escribir un buen texto y no enseñarlo es absurdo, y que novelar para que nadie te lea es un hecho descabellado. En un principio ignoré su consejo o mandato, según se vea, pero esa misma noche le di vueltas. Me llevó a pensar que este mismo propósito trasladado al mundo de los sentimientos era aún mas irracional. A veces siento inclinaciones sensibles por personas cercanas, y sin embargo no las extraigo de mi ser, las guardo en un cofre bajo llave para que nadie los vea. Y es entonces cuando me pregunto, ¿qué diferencia hay para el susodicho humano que es objeto de mi cariño el ser querido por mí o no? Para empezar creerá que no es así, cuando te sientes querido por alguien, y ese sentimiento es recíproco se crea un vínculo fuerte que ata con solidez la relación, al dejar escapar esta posibilidad, en cierto modo dejas volar la relación sin importancia, a la deriva. Una lástima si en verdad le/a quieres. Por eso reflexioné y di sentido a las palabras de mi abuela, que ciertamente nunca carecieron de ello. Ahora cuando escribo un texto dedicado a alguien, si tengo oportunidad, se lo muestro. Quizás los mas personales sigan ahí, en el cajón, pero no se puede pedir tanto. Y en cuanto a declarar mi afecto, lo tengo en cuenta, pero tampoco es que me agrade la idea de volverme transparente al mundo, es demasiado osado, prefiero mantener una cortina separadora. El caso es que cuando enseñas escritos hechos con sentimiento al dueño de estos, te quitas un peso de encima. Al parecer es cierto el dicho de que "más sabe el Diablo por viejo, que por Diablo".

1 comentario:

Unknown dijo...

La clave es saber qué mostrar y qué no. No podemos callarnos todo eternamente, pues estos sentimientos nos irán consumiendo poco a poco (por muy buenos que sean). Guardar siempre silencio ahoga, y mucho. Y por los demás, no estaría del todo mal mostrarles el cariño que se merecen.
Ponte una tela translúcida entre tu alma y el mundo exterior, para que salgan y entren los sentimientos necesarios, pero no te pongas un muro de hormigón, así sólo conseguirás hacerte daño.